Cine y gastronomía, la confluencia de dos artes que exaltan los sentidos

21.01.2021

Un frío sábado de finales del siglo XIX comienza, en París, la historia de una fábrica de sueños que acabaría por confluir en una todas las artes del mundo. El 28 de diciembre de 1895, en el sótano del clausurado Gran Café (sito en Boulevar des Capuchines, n.º 14), los hermanos Lumière proyectaban —por primera vez en público— una serie de imágenes en movimiento.

Enero/2021

Artículo de Eva Mª Muñoz para Grupo El Cine


El mismo año vio nacer a dos grandes compositores, profesionalmente vinculados con el sector cinematográfico. En enero llegó al mundo Harry Ruby, autor de las bandas sonoras de «El conflicto de los Marx» (Víctor Heerman, 1930) y «Walking on air» (Joseph Stanley, 1939) —entre otras—, así como de numerosos musicales de Broadway. El segundo, no menos interesante, fue Carl Orff, que compuso grandes obras insertadas en algunas de las más sonoras películas: por ejemplo, en «Troya» (David Benioff, 2004) se incluyeron fragmentos de su «Carmina Burana».

No cabe duda que, el cine se ha convertido en una suma creciente de disciplinas artísticas, entre las cuales procede incluir la gastronómica. Ambos mundos, el del celuloide y el culinario, han sabido caminar en paralelo, entrecruzándose sus caminos en innumerables ocasiones y actuando —juntos o por separado— como motores vivos de la comunicación, aún a pesar del riesgo que acaece de pecar en la pretensión de manipular y coaccionar a las masas.

"Los cocineros creíamos que podíamos cambiar el mundo, y lo hemos hecho". —Joan Roca

La gastronomía —el único arte que se come— responde, por demarcación, a la relación que el hombre establece con su alimentación y con el entorno. Pretende implantar, a su vez, los límites perimetrales del paso de la naturaleza a la cultura, en donde la condición humana se define en todos sus atributos. Cabe determinar que su cualidad de omnívoro es de gran relevancia para la especie; le aporta autonomía, libertad y adaptabilidad. Por ese lado, lo convierte en un ser evolucionado que puede cambiar su propio ecosistema; pero, por otra parte, puede derivar en cierta dependencia: la de necesitar una mínima variedad de nutrientes. Y, precisamente, ahí es donde nace el arte culinario.

Cocina de autor
Cocina de autor

La simbología que asocia cine y comida traspasa sus propios condicionantes cuando se toman en consideración los significados complementarios del uso de los colores; trabajando los juegos de palabras con la trama consciente que une temáticas, títulos e imágenes; desarrollando, también, el hilo intrínseco que fluye de modo subliminal.

Ya en la etapa del cine mudo, Charles Chaplin —el talentoso artífice del humor— usaba la alimentación como procedimiento provocador de las risas del público. Es el creador de inolvidables escenas donde el símbolo del hambre actúa como resorte emocional. Un verdadero genio. Del mismo modo, el reflejo de la lucha de clases y sus correspondientes patrones de consumo se aprecian de pleno en la filmografía de Buster Keaton. Dentro de su itinerario cinematográfico, el reconocido director profundiza en la problemática que plantea la comida, a través de su asociación con la seña de identidad hacia un país. Sirve, este recurso, como herramienta de divulgación de otras culturas gastronómicas.

Alimentar es el primer acto humano de cariño y entrega. Habida cuenta que todo lo que se ofrece con amor es recibido de igual modo, quizás radique ahí esa alianza eterna de la comida con el placer. Al hilo de esto, así como los otros sentidos pueden ser disfrutados en soledad, el relacionado con el gusto tiene un componente social que marca la presencia gastronómica en cualquier tipo de evento. Se ve en «Cleopatra» (Gordon Edwards, 1917), una de las primeras grandes producciones que representan la comida con detalle y sofisticación.

Si "gustar" es el hecho de ejercitar el sentido del gusto a través de la comida; "catar" define la experiencia de saber qué es lo que gusta ser comido.

En «Charlie y la fábrica de chocolate» (Tim Burton, 2005), el producto estrella del film alude —con su tonalidad— al rechazo a la pobreza y la miseria, situación que rodea al pequeño protagonista y su familia. Establece, además, relaciones con la antipatía que emana del siniestro dueño de la fábrica y se asocia con la censura social hacia los otros caracteres retratados en los personajes infantiles: la glotonería, la actitud despreciativa y caprichosa, la mala educación y la vanidad.

Los misterios ocultos del chocolate
Los misterios ocultos del chocolate

Los mayas calificaban al chocolate como herramienta para leer el alma. En función de su elección: puro, dulce, más dulce, con frutos secos... parece ser posible conocer los más profundos secretos de las personas. En esta afirmación se centra la película «Chocolat» (Lasse Hallström, 2000), que escenifica de forma magistral la alegoría de la intolerancia y sus consecuencias más dramáticas; aquellas que provoca la negligente negación de las creencias y vivencias del prójimo.

Entendiendo el acto de comer como un auténtico ceremonial de amor, puede llegar a comprenderse que todo aquello que es ingerido se convierte inevitablemente en parte de uno. En «Tapas» (José Corbacho y Juan Cruz, 2005), un transcurrir sin par de personajes termina confluyendo en el bar de Lolo, donde el mero episodio de alimentarse se enreda y mezcla con unas necesidades afectivas que permanecen escondidas entre confidencia y confidencia. Con la gastronomía de tapas como hilo de conexión, se infiltra un mensaje por partida doble; ya que el mismo título encierra —como un juego de palabras y significados— la idea de una cotidiana soledad que se ahoga en sí misma y el secreto de su razón.

El arte de la cocina subyace también en destrucción, antropofagia y muerte en algunos filmes emblemáticos. En estos casos, la predominancia de negro —tanto en el contenido visual como textual (título, recetario, ingredientes)— sirve de conductor de cierto tipo de emociones ligadas a la trágica noción de "comerse a la muerte". Frente a una producción que, quizá, presenta referencias en exceso —cuya mayor flaqueza radica en la falta de convergencia ágil—, «Caviar para las bestias» (Cuba Gooding Jr., 2018) escenifica en su trama ciertas connotaciones que representan la simbología de lo zaíno, del elemento ausente de luz: sexo, violencia, traición.

Comer, beber, amar
Comer, beber, amar

Las complicadas y antagónicas vidas de 3 mujeres, discurriendo en «Comer, beber, amar» (Ang Lee, 1994), se difuminan entre variadas escenas familiares en torno a la comida. Destaca en este film el color amarillento, en su versión más cálida, evocando sentimientos y emociones a flor de piel. El honor y la lealtad emanan libremente de las circunstancias particulares de cada personaje, sin dejar de lado una articulación de las secuencias que destaca por su estética cuidada y sutil.

"No sólo te divertirá y entretendrá. Probablemente también te hará sentir muy hambriento... quizás por algo más que la comida". —Michael Wilmington (El Chicago Tribune)

Es el mismo concepto que transmite «Tampopo» (Jüzö Itami, 1985), un film de entrañable sabor familiar: una sátira de la verdadera sinceridad, una compleja visión claramente superior a la suma de sus ingredientes. En parte debido al ambarino tono de los ramen, se utiliza una desastrosa receta de sopa como canal distribuidor de una esencia que hace temblar los pilares de una cultura gastronómica ancestral que —por otro lado— está dispuesta a ser explorada. Esta obra del cine de autor, no sólo se toma la comida en serio, sino que husmea en aquellas tácticas usadas para remover los cimientos heredados y de embarazoso debate.

"En esta película, recurrí a una cosa muy importante para mí: la ingenuidad, la pureza, la simplicidad de la niñez". Son palabras del director de «La vida es bella» (Roberto Benigni, 1997). En esta ocasión, la mención gastronómica se reduce, sencillamente, a su ausencia. El mensaje queda —mas bien— transmitido por medio de las tonalidades, intuidas a pesar de la nube gris de la desolación que las camufla. El blanco, pureza y paz, representa esa búsqueda implícita en todo momento. El azul, como llamamiento a la piedad para preservar tanto la  inocencia del niño como la integridad del alma que lo protege hasta el fin, evoca en su significado más profundo al acto de controlar el hambre; sirve la imaginación, sirven la valentía y la consideración, sirve todo aquello que no resta un ápice de humanidad en el efímero instinto de supervivencia.

Tomate ¿fruta o verdura?
Tomate ¿fruta o verdura?

El tomate, a pesar de la cantidad de experiencias culinarias que puede ofrecer, es un ingrediente que no suele verse mucho en el cine. Esta anodina circunstancia permite agradecer, aún con mayor énfasis, la presencia de películas como «Tomates verdes fritos» (Jon Avnet, 1991), basada en el libro homónimo de Fannie Flag. Bajo el grito de "Towanda" se desarrollan paralelamente dos historias —ubicadas en espacios temporales desiguales— que, sobre todo, hablan de amistad. Como cabe esperar, la comida se convierte en elemento protagonista por antonomasia, actuando como guion de la sucesión imparable de historietas y —a la vez— usando el color como medio de expresión simbólico. El rojo, además de estimular el apetito, representa el coraje, el valor de estas mujeres al tomar las riendas de su propia ventura. El verde, crecimiento y esperanza, se plasma en la posibilidad de cambiar aquello que no gusta, la puerta abierta a otros devenires no impuestos.

"Nunca hay demasiada mantequilla". —Frase escuchada en la cocina del Café de Whistle Stop

Continuando con el género femenino como estandarte, otra de las recreaciones cinematográficas excelentes a nivel culinario es «Julie & Julia» (Nora Ephrom, 2009); historia de sentimientos y de progresos, pero también de vida. De hecho, se presenta como una genuina epifanía de la cocina; exalta al unísono el placer de comer y la pasión por cocinar, todo ello transmutado en clave de superación. A través de un exquisito discurrir de platos, se narra la crónica de un libro escrito por una mujer, que le regaló a otra mujer la receta para cambiar su vida y su destino.

Julie & Julia
Julie & Julia

La comida es utilizada, en múltiples ocasiones, como medio de conservación del poder y como estrategia de supervivencia ante la rutina y la muerte. El cine clásico regala ejemplos claros de esta evidencia. Así, «La leyenda del indomable» (Stuart Rosenberg, 1967) es un film carcelario que, si bien no aparenta alguna conexión con la gastronomía, lo cierto es que guarda una de las escenas culinarias más célebres del séptimo arte. En ella, un apuesto Paul Newman propone el estrambótico reto de comerse 50 huevos cocidos en una hora. Una secuencia plagada de simbolismos.

Para empezar, el huevo es considerado a nivel universal como el germen de la vida; testimonio del poder creador; herencia de los ancestros. Tal cual, la doctrina tibetana dicta que el huevo de gallina simboliza el caos. Los personajes se ven inmersos en las consecuencias de unos actos en su deber de ser redimidos, afrontan el camino de un nuevo nacimiento, la creación de otros universos donde la vida no es lo que parece ser. Y, ¿por qué 50? ¿No podría ser otro el número elegido? 50 fueron las preguntas que Dios planteó a Job sobre la naturaleza de la creación. 50 son los portales del entendimiento. El cincuenta se representa en la Cábala con la letra Num, llamada de la percepción: algo está por ser revelado. Si además se desglosa y se suman los dígitos restantes, se obtiene un 5 mágico; expresión aparente de un trabajo de construcción interior, no exento de prudencia, implícito en el caótico escenario en que se desarrolla el film.

Viendo «El cocinero de los últimos deseos» (Yöjirö Takita, 2017), el espectador descubrirá el poder de una fortaleza y resistencia que bucean bajo la falsa cortina del egoísmo que construye la fatua búsqueda del propio bienestar. El don natural de un artista de los fogones, incapaz de olvidar un plato que ha pasado por su paladar, se diluye en los tonos anaranjados de una presentación gastronómica que muestra la reticencia de Mitsuru Sasaki a transgredir. Sondea la voluntad de avanzar, a pesar de la pérdida de su pasión, hacia una obligada ceremonia de superación.

"Fusiona epopeya gastronómica, conflicto histórico-diplomático, estofado romántico y, sobre todo, indagación personal en la memoria del protagonista. Lujoso bufé libre oriental que sabe entrar por los ojos". —Javier Cortijo (Cinemanía)
Naranja equivale a resistencia
Naranja equivale a resistencia

Incluso en el cine de ficción se encuentran guiños gastronómicos, aunque sea como consecuencia de improvisadas escenas durante el rodaje que —al final— se han incluido en la grabación definitiva. El reflejo, aparentemente insignificante, del arándano se convierte en protagonista para potenciar la importancia de los pequeños gestos. En «Los Vengadores» (Joss Whedon, 2012) apreciamos las cualidades de unos seres que habitan entre dos planos: espiritual y mental, bajo una fachada que engrandece su dualidad. La magia del pigmento que confiere color a un fruto de tan excelsas cualidades, se traduce en la prevención del envejecimiento. Su presencia no puede ser casual en un film plagado de personajes atemporales, igual que su creador (Stan Lee) —inmortalizado en los cameos que protagoniza en cada una de las películas de la saga— que, por cierto, también nació un 28 de diciembre, aunque del año 1922.

Comer es vivir, tan esencial como respirar. En su similitud con el cine, la gastronomía transporta al intérprete de la acción a un mundo especialmente apto para la sublimación de los sentidos. Saborear equivale a sentir. Sabor y saber son todo uno. Y, sin duda, conocimiento es poder.


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