El ser que me habita
Nunca tuve claro el punto exacto en que se inicia:
si la vida exige —furiosa— ser consumada,
cual aliento que exhala una flor, gentil caricia;
si nace de la angustia; si brota de una llama.
Quizá un atisbo de luz —sediento de codicia—
surge del vil desgarro: dos destellos que danzan,
se envuelve de karma, sangran la infame justicia.
Se abre camino, la herencia, y —silente— se emplaza.
Nacer y morir, cortejo infiel de la existencia.
Acaso naciste cuando, atrapada en el miedo,
valiente y necia, marchita, trunqué tus andares...
Si la vida tiene fin, tu alma de hijo es presencia;
en mis delirios vives, respiras en mis sueños.
Abracé la oscuridad; morí en el mismo instante.